martes, 21 de julio de 2009

Surrealistas



Hace un tiempo atrás...


Miraba mis zapatos rojos, brillantes, mientras tanto escondías detrás de tu espalda, tu mano cerrada. Miraba de nuevo el azul del agua, arriba el cielo del mismo color. Me distraía fácilmente, entonces ocultabas un secreto más, callabas una palabra que te costaba decir. Cantaba mirando la luna sentada al borde del lago, tú hacías como que no estabas y te confundías en la oscuridad, con mi sombra. Miraba mis parpados cansados, tenia unas marcadas ojeras, por esperar seguía sin dormir ya hacían varios días atrás. Clavaba palitos en el barro, dibujando graciosas figuras, entre ellas nuestros nombres. El mío y de él, a veces lo veía mirando a otro lado, como aburrido, atosigado. Un condenado atado al álamo, me dolían de nuevo los pies, los zapatos rojos ya estaban quedándome chicos. El prisionero dio vuelta y sacó unos nuevos zapatos, más brillantes aún que los rojos de antaño, miraba mi rostro sin mirarme, sólo extendiendo un poco el brazo para alcanzarme el nuevo par. Le dije gracias y me volví a seguir observándole horizonte, con la monotonía de todos los días pero nuevos zapatos que él sacaba de algún lado para mí.

Seguían las noches, sin dormir, los zapatos se gastaban, lo curioso es que yo no caminaba, solamente esperaba sentada bien al borde. Detrás se escuchaban a veces ruidos, pero no eran más que susurros y lamentos del prisionero. Me hartaste, ¿Qué es lo que te ocurre ahora?, le pregunte, ¿Por qué no te vas?, le tire una llavecita. Soltó las cadenas que hicieron un leve sonido contra el suelo embarrado. Miraba ahora a mi dirección, ¿Por qué no te vas? Le volví a insistir. Extraño las cadenas me contesto, y extendió su mano que estaba cerrada, la abrió y me dejo ver una flor marchita. Si tanto me quería debía haberlo demostrado hace años, pero habrías preferido vestirte de sombras, mirar a otro lado y vivir como un condenado.

Seguía insistiendo esta vez aún más fuerte, me dolía la cabeza, ya no lo quería ni ver. Me di vuelta habían zapatos por todos lados. Unos rojos, que llevaba parecidos a los de la primera vez que estuve ante el lago sufriendo como los que esperan. Había estado tan callado entonces que era exactamente lo mismo como estar completamente sola.