miércoles, 4 de marzo de 2009

El visitante


Cualquiera que fuese tu nombre, estás, y te siento. Miro abriendo los ojos lo más que puedo, no te veo en la mañana nublada. Hay una presencia extraña, y no me siento sola. Aparentemente en la habitación circular no hay nadie del mundo sensible. Yo, amontonada en la blancura de las sábanas, miro sin ver, a ese ser tan especial. Escucho su susurro en la naciente bruma matutina que envuelve el recuerdo de la existencia gris.

Entre sus palabras inteligibles descubro una nota familiar. Alguna vez, antes, no recuerdo bien cuándo, había escuchado esa voz. Era melodiosa, empalagosa y muy embriagadora. Temí por mi cordura, pero seguí las deducciones para saber dónde me llevaría la duda. Si ya lo había escuchado antes, debía recordarlo. Tenía que acordarme de lo que producía las palabras.

Su artífice se esfumó, y los sonidos fueron cesando, hasta dejar de escucharse. Era peor el silencio, que se llevó la bruma de la mañana, dejando el débil rayo de sol naciente. Lloré como no lloraba hace mucho, sin razón aparente. Se había ido, y no sabía quién era mi extraño visitante. Se que no era igual a mí, por que su idioma era incomprensible, pero su tono, conocido a la vez.

Miré con escepticismo las sábanas blancas revueltas, y algo suave rozó mi tobillo izquierdo. Una frágil y etérea pluma blanca se deslizó, proveniente de mi almohada, pensé. Dejé que se escurra entre mis dedos, y voló por la ventana abierta, desapareciendo en contacto con el rayo de sol.

Mañana, tal vez, tendré más suerte.

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