jueves, 12 de marzo de 2009

Ni tú, ni yo, Nosotros


“No existe un TU ni un YO sino un NOSOTROS” (Buber, Martín)


Esperaba, sentada en el edredón mirando el cielo azul por la ventana. Era un día común de invierno, de esos que hace frío y no hay nada ocurrente para hacer más que rememorar el pasado. Habían pasado varios años desde la partida, su partida. El destino lo había llevado lejos donde nadie sabía dónde. Recordaba sus ojos con la claridad que miraba el cielo, tan iguales, que parecía que la estaba viendo. El invierno también le recordaba algo a esa persona, su frialdad. Cómo había vivido una vida proyectada en la otra persona. Sus aspiraciones eran las mismas que las de él y todo éxito era su éxito y cada fracaso su caída. Creía que era lo más feliz que se podía ser puesto que no conocía el significado de esa palabra. Era más bien dependencia, la inconsciencia de su vida era vivir en pos de la vida de la otra persona.

Cuando en su ausencia ella abandonó sus objetivos tendida a la nada, se quedó sin motivaciones y la mayor parte del día se pasaba en ese edredón. Mirando el cielo, las nubes, los árboles por la ventana. Pero no observaba las personas, sólo miraba a las cosas. No había espacio en su estrecha mente para distraerse de otros, según pensaba ella vivía una libertad absoluta y no dependía de nada ni de nadie. Creía superación y autosuficiencia, pensaba que gozaba infinitamente de su estado apacible. Así que tanto que decidió dejarse creyendo que era lo mejor para ella. Invierno tras invierno esperaba los días fríos para recordar el azul de ese cielo que esperaba ver. Pero el cielo no le daba instrucciones, no proporcionaba realidad, ni la hacía sentirse más contenta. Era el recuerdo mismo al que se había encadenado sola.

Será así hasta que se de cuenta del error que cometía, no existía tú, ella no pensaba en otra persona, las había olvidado. Tampoco su vida era suya, aunque era la misma de siempre que había apartado su egoísmo para plasmarlo de una forma menos notable, en él. Cosas, vacío, el edredón, el cielo y sus ojos nublados que esquivaban toda mirada. Nos volvemos dependientes del otro, en algún punto estamos ligados a apartar la soledad con la compañía, y ahí es cuando nos volvemos dependientes, ya no somos tú, no yo.

Para ella no existía nada más que su “nosotros”.

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