sábado, 21 de marzo de 2009

Mi viña en otoño


El otoño y su pincel tiñeron de rojo las hojas, de mi viña. Esa viña que reconozco por que es única, como tú. Todo nace, y luego muere, ahora, se caen por el suelo, esas hojitas, verdes que había conocido hace algún tiempo atrás, cumplieron su función. Se desprenden de lo que necesitan para vivir sólo para que la viña continúe con su curso y crezca, luego, más fuerte.

Las hojas sueltan un suave crujido bajo mis pies, detrás de ellas estás tú mirando fijamente el cielo. Una hoja más cae, marcando el transcurso de los momentos, o el objetivo de su existencia, sigues sin hablar. Para no interrumpir tu silencio, me callo y sigo observando los detalles en las hojas, algunas amarillas, otras variando entre los marrones y verdes. Me llama la atención una, en especial, del mismo color de tus ojos, esos que ocultas a diario. ¿Tendrán su otoño como las hojas?, una más cae y, sin ruido que se escuche, la atrapo en mi mano. Seca, ya sin vida, cierro mis dedos uno a uno aplastando cada parte de la hojita, que soltó débiles crujidos.

El silencio es combinación del otoño de la viña, esperando preparando el crudo invierno bajo sus raíces. Ese silencio que aguarda al invierno en mis venas. Mi viña, tan especial, de colores y momentos atraviesa el cambio con la mayor de las fuerzas. Me demuestra y enseña que el otoño es parte de la vida, la constante etapa de renovación, donde se descubren los defectos propios. Me agrada la viña en primavera pero los mejores vinos para mí son los de otoño.

Todas estas ideas eran un segundo o tal vez dos de ese momento, pero las pensé y parecieron detenerse. Entonces la estación del año que menos me gustaba, pasó en una caída de hojas, a ser mi favorita por su misterio e inicio de nuevas posibilidades.

Las hojas crujían con tus pisadas, escuchaba, que estabas más próximo a mí. Mi mano dejó escapar la hojita, que ahora era polvo, fragmentos desparramados en el piso.

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